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martes, 9 de marzo de 2010

Mimetismo estético. Sobre Hablando del diablo de Beto Hernández

Por: Antonio Jiménez Morato
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Dentro de unos años, espero, algún crítico sociólogo se dará cuenta de que el proceso de transculturación entre el mundo hispano y anglosajón que servirá como paradigma para entender la época que nos ha tocado vivir se ha reflejado con mayor contundencia y claridad en la obra de Beto Hernández que en los lugares donde hasta ahora se han dedicado a buscarlo de modo insistente. Aún así sí ha habido críticos que se han acercado a Love & Rockets, la excepcional revista que dio a conocer a los hermanos Hernández. Pero casi todos se han mantenido en el cómodo terreno de las clasificaciones fáciles. Sobre todo en las claras diferencias en el trabajo de los hermanos en sus inicios. Los que se sentían más cercanos a las artes plásticas preferían la obra de Jaime, mucho más acorde con su tiempo y más experimental pese a sus desvaríos narrativos. Los que se acercaban al cómic desde la narrativa se decantaban por la obra de Beto (Gilbert), que bebía de un modo más evidente de los narradores literarios hispanoamericanos y era mucho más conservadora en lo gráfico.

 

Con la comodidad que dan las comparaciones, simplificaciones a fin de cuentas, se ha dicho siempre que las primeras historias de Beto eran equiparables, dentro del mundo del cómic, al universo de García Márquez. En cierta medida hay una relación evidente en la superposición de diferentes historias, de amores y desamores, pero el modo en que se presentan ante el lector, con saltos en el tiempo y demás, hacen pensar en más referentes que el Nobel colombiano. En todo caso este encajonamiento se ha fijado en el subconsciente del lector y parece inamovible a la hora de acercarse a la labor de Berto Hernández.

Pero, ¿cómo encajar dentro de ese modelo una obra como la recientemente traducida Hablando del diablo? (La Cúpula, 2009) Desde luego basta con fijarse en los detalles de la ambientación para darse cuenta de que han cambiado muchas cosas, que va siendo ya hora de revisar esos compartimentos estancos. En Palomar las historias transcurrían entre casas de pueblo, cabañas, casi chabolas y calles sin asfaltar, los personajes realizan trabajos propios de una sociedad dedicada a la producción –ya sea agrícola o artesanal–, y tenían nombres latinos salvo raras excepciones. Pero en este último álbum, en cambio, la narración tiene lugar en uno de esos barrios del área metropolitana de toda gran ciudad estadounidense –los ya famosos suburbia-, los personajes o bien son estudiantes de High School más o menos inadaptados o bien trabajadores de una sociedad cimentada en el sector servicios y, de modo coherente, todos los personajes tienen ya nombres anglosajones. Aunque lo verdaderamente relevante no es el escenario, sino la narración en sí, el mensaje que destila la lectura de esta escalofriante historia. Frente a la presentación de unas historias de corte realista, en las que lo que sucede puede ser más o menos verosímil, pero siempre se busca la comprensión total de los hechos, la búsqueda de una verdad que se daba en las historias de Palomar, en Hablando del diablo, la narrativa de Beto Hernández ha experimentado un importante cambio. Las viñetas son más grandes, los diálogos más cortantes, los personajes no se explican, no dicen de dónde vienen, tan sólo actúan. Teniendo en cuenta la historia de asesinato y locura que se nos narra, eso resulta doblemente escalofriante, ya que hay una renuncia total a explicar el por qué de esos hechos. Hay una presencia más patente del silencio, y eso se debe a que, también, hay una presencia mayor del misterio, una conciencia real de la imposibilidad de explicar o conocer nada por medio de la narración. En eso, en la presencia de algo inasible y horroroso, se parece más este nuevo álbum de Beto Hernández al trabajo de algunos de los creadores que se han criado leyendo Love & Rockets: Daniel Clowes, Charles Burns, etc.

Ahora toca poner al día las clasificaciones, y hablar de un narrador a secas, que cuando quiere sabe vertebrar y construir una narración sin que pese lo más mínimo su origen o formación. Una joya para disfrutar.

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