Bernhard y los textos cautivos
Bernhard y Derrida son los compañeros de viaje elegidos por Víctor Solanas-Díaz (Tolosa, Guipúzcoa, 1977) para su nuevo proyecto: “Der Stimmenimitator” (este título se corresponde con uno de los libros del escritor austriaco, “El imitador de voces”, en su versión castellana). Bernhard y Derrida forman una extraña pareja, a priori. O no tan extraña. Alguien que conoce tan bien a Bernhard como Miguel Sáenz, su traductor infatigable, su biógrafo, su mejor intérprete, intuye que el austriaco no se preocupó nunca de leer al filósofo francés, pero sí que reconoce en Bernhard a otro infectado del “Mal de archivo” derridiano. Miguel Sáenz ha escrito un breve texto, a instancias de Víctor Solanas-Díaz, para el catálogo de su exposición. En él se da cuenta de la equivalencia entre vivienda y archivo que se daba en la casa de Thomas Bernhard, su piso de la Lerchenfeldgasse 11 de Gmunden, y de los archivos que han heredado a este primero, tras la muerte del escritor, el oficial “Thomas-Bernhard-Archiv”, o el extraoficial, la colección de todo tipo de objetos y testimonios que ocupa el tiempo de su amigo Karl Ignaz Hennetmair.
Víctor Solanas-Díaz es un artista metódico, obsesivo incluso. Que haya involucrado a Miguel Sáenz en su proyecto Bernhard, es prueba de ello. También ha involucrado a Pilar Cruz Ramón, que suma otro excelente texto al mismo catálogo: “Políticas en el archivo”. Pero tan interesante como estos textos ajenos, y más significativo, es uno del propio artista, que debe considerarse como una parte más de su proyecto, indisoluble de la materialidad del mismo. Al fin y al cabo, esta materialidad no deja de ser una materialidad textual, expresada sobre el papel, y que no sólo habla de archivos, y maneja códigos archivísticos, sino que ha querido ser exhibida, al menos en su primer emplazamiento, en una sala (la del zaragozano Palacio de Montemuzo) que se ubica ella misma junto a un archivo.
Ese texto del artista se encabeza con una cita, como no, de Thomas Bernhard: «Si existiera un lenguaje que fuera comprensible, todo lo demás sería superfluo». Esta cita nos da la clave de la exposición. El lenguaje “es”, pero no es exactamente comprensible. Más bien nos hallamos ante una carrera de obstáculos. La exposición es una metáfora de ello. Los tres tiempos en que se estructura son tres modos de acceso al texto, incompletos y fallidos. El primero se expresa al modo de las fichas bibliográficas, impresas sobre etiquetas adhesivas. Las etiquetas se convierten en materia plástica. Las típicas matrices en que se presentan le permiten a Víctor Solanas-Díaz jugar con su presencia y su ausencia, creando modelos entre aleatorios y crípticos, estetizando su apariencia. Un juego que enlaza con las obras que dieron a conocer a este artista, instalaciones realizadas con cintas adhesivas (juego que nos habla de estrategias heredadas del Minimalismo, Carl Andre, Sol LeWitt, hibridadas aquí con el protocolo archivístico de tantos artistas conceptuales, Hanne Darboven). Un segundo tiempo, en una segunda sala, muestra el texto desplegado, pero transcrito en Braille, inaccesible a la mayor parte de los visitantes. Aquí, el texto se hace escultórico, y se acompaña de una instalación sonora, que incorpora los sonidos del dictado y del tecleo de los caracteres, pero por separado (diferentes auriculares). El tercer tiempo, el último, muestra los libros de Bernhard, pero los muestra atrapados por unas prensas, ajustadas éstas con tornillos, una extraña tortura que encaja bien con la propia percepción del austriaco sobre la recepción de sus obras, y sobre la imposibilidad de comunicar con el lector.
Tras su paso por Zaragoza, la exposición podrá verse, desde mediados de diciembre, en la Sala Unamuno de Salamanca.