Sun Yuan Peng Yu
Pabellones nacionales y eventos paralelos
El pabellón de España este año es una propuesta interesante en el buen sentido de la palabra, donde Peio Aguirre -como acostumbra- aporta aciertos sobre los que hay que llamar la atención. En este caso, sí que hay cuidado y análisis del espacio en el que inserta un discurso que, en un primer momento, podría no parecer site specific; al contrario, aprovecha la iniciativa de la pasada bienal de arquitectura: la idea de Atxu Amann de usar el espacio trasero del pabellón, con el único precedente de Santiago Sierra en 2003 como lugar de tránsito. Ahora acoge las sorprendentes “fuentes” de Sergio Prego, quedando el interior para las performances (en directo o su huella) de Itzíar Okariz. Otro logro es el magnífico catálogo, con un diseño muy refinado y donde los principales protagonistas son acompañados por los textos de Craig Buckley, André Lepecki y Manuela Moscoso. El problema es que para apreciar esta muestra hace falta una percepción que ni el formato de la bienal ni el ansia del bienalista favorecen, más tendentes a la anécdota que a la reflexión, como se comentaba con anterioridad.
Por otro lado, Cataluña ha llevado este año a Venecia una peculiar especulación sobre la iconoclasia de la mano de Pedro Azara. Es realizada con una puesta en escena poco atractiva pero pertinente, que hace alusión al depósito municipal de Vía Favencia en el que se inspira, y donde cogen polvo diversos restos franquistas. De este pabellón hay que destacar que permite pensar la relación entre realidad y poder, amor y odio hacia esas referencias de ejemplaridad que deberían ser los monumentos, a través de una colección de mitos locales que son vistos a la luz de nuestros días, de Jordi Pujol a Johan Cruyff, por citar dos ejemplos.
Pero el gran triunfador ha sido el pabellón de Lituania, que ha utilizado por primera vez los espacios de la Marina Militar. Sun & Sea (Marina), de Lina Lapelyté, Vaiva Grainyté y Rugilé Barzdziukaité, escenifica una playa con sus bañistas aparentemente ociosos, pero que pronto comienzan a cantar a turno sus preocupaciones (desde su miedo a quemarse a catástrofes naturales). El espectáculo es visto desde arriba, lo que podría alejar al público, sin embargo, no es percibido así, pues todos reconocemos nuestra pertenencia a este turismo de masas. Por la actualidad del tema y por la puesta en escena inesperada -como reconoció Stephanie Rosenthal, presidenta del jurado-, ha puesto de acuerdo a muchos sobre la idoneidad de un pabellón que pocos habían visitado hasta que se le otorgó el León de Oro y que, en suma, va en la línea de lo ya apuntado sobre las propuestas que funcionan mejor en este contexto. Probablemente estos son nuestros tiempos interesantes.
En cualquier caso, también hay que reconocer otras gratas sorpresas, como el debut de Madagascar, con las siempre impresionantes instalaciones de Joël Andrianomearisoa y, sobre todo, el primer pabellón de Ghana, que devuelve al espectador el asombro positivo en la parte final del Arsenale. En efecto, el pabellón de Ghana, promovido por el recientemente fallecido Okwui Enwezor, muestra con solvencia el potencial artístico de este país de la mano del arquitecto David Adjaye, quien dispone un espacio donde mostrar espléndidamente la pintura de Lynette Yadom-Boakye, las impactantes fotografías de la veterana Felicia Abban, la video-escultura de Selasi Awusi Sosu, la video-instalación de John Akomfrah, que ya asombró a todos en la parte final del pabellón central de los Giardini en 2015 y, muy especialmente, los tapices realizados con lata de deshecho de El Anatsui, León de Oro de la 56ª Bienal, y el trabajo instalativo de Ibrahim Mahama, conocido recientemente por la instalación en Porta Venezia en Milán para la pasada Design Week, comisariada por Massimiliano Gioni. Esta nómina de trabajos y artistas demuestra el portentoso vigor que llega de África, lejos ya de visiones exóticas y folcloristas, significándose con voz propia hasta el punto de convertirse en una de las paradas imprescindibles de esta bienal.
Del resto, unos apuntes para el visitante apresurado a la Bienal: entre las frecuentes colas, Laure Prouvost despierta rechazos o pasiones, personalmente creo que no merece la pena si esto priva de ver otras obras; sí, en cambio, sorprende gratamente Tamás Waliczky en Hungría con sus “cámaras imaginarias” para reflexionar sobre la construcción de la mirada; la monumental instalación de Natascha Süder Happelmann en Alemania; las esculturas de Martin Puryear en Estados Unidos; la envolvente asamblea de Angelica Mesiti en Australia; o la revisión crítica acerca de la mirada hegemónica de Europa sobre Sudamérica a través de un impactante y cuidado archivo realizado en el pabellón de Chile por Agustín Pérez Rubio y Voluspa Jarpa. Quedan siempre propuestas donde su valor -no siempre compartido- reside en su novedad, como es el caso del ambulatorio de Aya Ben Ron en Israel, el pabellón Oracle de Tomás Saraceno, el avión reconstruido de dentro afuera de Roman Stanczak en Polonia o la posibilidad de caminar sobre el agua en el pabellón de Venecia. Aunque al final, el pabellón más elocuente para hablar del momento actual probablemente sea el de Venezuela, cerrado a cal y canto para acumular hojas desde el pasado otoño.
Como siempre, e igual que ocurre con Lituania o Cataluña, son varios los pabellones nacionales y los eventos colaterales desperdigados por la ciudad. Entre los pabellones nacionales, alguna propuesta señalable, como las esculturas multimediales y consideraciones sobre el mundo actual de la comunicación en Azerbaiyán, o las delicadas instalaciones de Leonor Antunes en Portugal.
No faltan buenas retrospectivas de clásicos para todos los gustos: Kounellis, Burri, Baselitz… De todos ellos, indispensable la reflexiva y evocadora de Luc Tuymans en Palazzo Grassi. Y entre las paradas obligatorias, The Death of James Lee Byars, que homenajea la icónica instalación del artista norteamericano realizada hace 25 años y que ahora reinterpreta sonoramente Zad Moultaka con un réquiem en Santa Maria della Visitazione. Sin duda, sobrecoge este cubo forrado en oro con un féretro mimetizado con el resto de la instalación; consejo: necesita cierto recogimiento, por lo que conviene acercarse a una hora a la que no haya mucha gente.
Entre las fundaciones que surgen año tras año, es difícil competir con el poderío de Pinault, quien, además del citado Tuymans, presenta Luogo e Segni en la Punta della Dogana con diversas obras de carácter poético y resultado desigual, a veces rayando una sutileza extrema y otras con una fuerza evocadora considerable, como logran Anri Sala, Carol Rama, Félix González-Torres, Ann Veronica Janssens o Hicham Berrada. Pero puestos a destacar una institución, cabe reconocer la labor que está realizando en estos últimos años la V-A-C Foundation, que desde su creación está generando una notable labor de producción. Ahora presenta Time, Forward!, que durante la vernissage tuvo un activo programa de performances y que, en conjunto, invita a poner en tela de juicio el concepto de tiempo digital acelerado, con piezas de artistas como Rosa Barba, Daria Irincheeva o Alexandra Sukhareva.
Asimismo, las galerías de arte contemporáneo han ganado un espacio este año con la creación del Giudeca Art District, donde se pueden contemplar trabajos de artistas como Antoni Muntadas y Roberto Pugliese.
Y entre los museos venecianos, 3 exposiciones: Dysfunctional, donde varios diseñadores como Nacho Carbonell y Mathieu Lehanneur intervienen la Galleria Giorgio Franchetti en los maravillosos espacios de Ca’ d’Oro. También Domus Grimani en el palacio homónimo, donde tras 4 siglos la colección de estatuas clásicas ha vuelto a casa para completar la Tribuna realizada específicamente para ellas y que remite a la domus romana y los modelos renacentistas de la ciudad papal. Y este año Palazzo Fortuny no ha ofrecido la acostumbrada exposición que hace dialogar piezas separadas por siglos, lo que ha posibilitado reconstruir aún mejor los espacios originales de la familia Fortuny, para observar lo que suponía la práctica de la pintura, los grandes referentes pictóricos de padre e hijo y su pasión coleccionista.
El balance muestra una bienal desilusionante en su parte central, pero cuya periferia ofrece siempre alguna joya. Sin duda, una oportunidad para comprobar cómo estruendos y armonías, esencialidades y desmesuras ponen en evidencia la elocuencia y potencia del contraste. ¿No es eso lo que quizás caracteriza nuestra época? En definitiva, no hay ya paradigmas, solo “pasión” en medio del conflicto, es decir, patologías y sentimientos. Tras ellos, Rugoff al final ha provocado preguntas; la primera: si lo que nos rodea es pura banalidad. Al menos, otras propuestas nos han consolado y perturbado, haciéndonos ver que el arte de nuestros tiempos puede adquirir numerosas formas.